Nunca le entro a ninguna tía.
De hecho no recuerdo si alguna vez le he entrado a alguna.
Y es que nunca me ha hecho falta.
Dirás que soy un chulo.
Un sobrado.
Por decir que no me hace falta entrarle a ninguna tía porque son ellas las que me entran a mí.
Pero como me la pela lo que pienses de mí, te voy a contar una historia para que veas que soy un chulo y un sobrado porque puedo.
Era poco después de la cuarentena.
Ya no hacía falta llevar mascarilla pero seguía siendo obligatoria la distancia social.
A mí eso era lo único que me venía más o menos bien porque no me gusta mucho que me toque la gente.
Y en los bares tenías que estar sentado en una mesa a metro y medio de los de al lado.
Salí con unos amigos aquella noche.
Probamos en el bar que les molaba.
Todo lleno.
En el siguiente.
Ni una mesa libre.
El de al lado.
Todo lleno y sin ninguna mesa libre.
Seguimos probando hasta que pasamos por delante de uno en el que había un camarero fumando en la puerta.
Un colega le pregunta si tenían mesas libres.
Dice que sí.
¡Cojonudo! ¡Pa’ dentro!
Le vamos siguiendo y nos dice que las mesas libres están en el piso de arriba.
Estamos cruzando el bar para ir a las escaleras y dos chicas sentadas en la barra se dan la vuelta y me miran.
Veo que me miran.
Pero sigo a mi grupo a las escaleras.
Llegamos a la planta de arriba y está vacía.
– ¿No tienes mesa abajo? – le pregunta mi colega.
– No, las libres están aquí arriba.
– Pues para estar aquí solos mejor nos vamos.
Y a las escaleras otra vez.
Cuando llegamos abajo vuelve a intentarlo mi colega:
– ¿Seguro que no nos puedes hacer un hueco aquí abajo?
– Lo siento, aquí abajo lo tengo todo lleno.
Las dos chicas de antes, que volvían a no quitarme los ojos de encima desde que había empezado a bajar las escaleras, me cogen del brazo y le dicen al camarero:
– Él está con nosotras.
– Yo estoy con ellas Señor Camarero – confirmo yo.
Así que me siento con ellas.
Me presento y les pregunto su nombre.
Porque obviamente no las conocía de nada.
No las había visto en mi vida.
Ellas me preguntan que qué quiero tomar.
Empezamos a hablar.
Me empiezo a liar con una.
Luego con la otra.
Después con las dos.
Mis colegas y el camarero (que al final les había hecho un hueco al fondo de la barra) flipando.
Cuando yo ya estaba suficientemente empalmado y ellas bastante mojadas, pagan la cuenta y nos vamos los tres.
Ahora si quieres puedes volver a llamarme chulo.
O sobrado.
Porque sí.
Soy un chulo y un sobrado.
Pero porque puedo.
Y tú también podrías.
Podrías no tener que volver a entrarle a una tía.
Que sean ellas las que te entren a ti.
O podrías no tener que volver a perseguir a ningún cliente.
Que sean ellos los que te busquen para tirarte su dinero a la cara.